Hace días cambiaba canales con –a falta de control remoto
universal que estoy comprando desde hace más de un año- mi ágil dedo primero
del pie derecho. Me estacioné en Fox Life donde transmitían Parteras. Con ese
nombre, no creo necesario elaborar una
sinopsis del mismo. ¡Qué programa! Aquello merece tomar palco, con palomitas de
maíz incorporadas, para extasiarte cómodamente con lo que parece ser una
producción de Disney. Usted cree que exagero, pero compréndame, soy médico
venezolana, fácil de impresionar cuando ves que existe un hospital limpio,
cómodo y bonito con parteras simpáticas y rebosantes de dulzura que atienden las
–igual de histéricas- futuras mamás.
El contraste, al menos con lo que experimenté durante mi
rotación de pregrado por ginecoobstetricia, es inevitable. En la sala de partos
del HULR masacraban cualquier visión romántica del nacimiento. Ahí presencié
los actos más inhumanos, salvajes y decepcionantes que cualquier médico pudiera
protagonizar, paseándose desde el ordinario “pero no te dolía cuando lo estabas
haciendo” hasta la infame palmada de una residente sometiendo a una paciente
vulnerable. Tanta putrefacción ambulante solo truncó la felicidad de pasearme
por el único servicio del hospital que regala vida al mundo, siendo mi
experiencia politraumatica.
Por eso más que incomodidad, angustia me causó el “aquí lo
que más hacemos es atender parto” comentado por una de mis compañeras de
trabajo en el Medical Cake Mania. Pronto –en mi segunda guardia- confirmé su
advertencia. Así pasé varias semanas sumergida en la más profunda tensión de
atender partos en un pueblito situado a 45 minutos de la civilización, sin una
ambulancia disponible para referir las nunca descartables complicaciones y
carente de especialista nocturno, momento predilecto para los trabajos de parto.
Y un buen día, tras sufrir una terrorífica crisis de taquicardia
supraventricular, me dije:
Antes las mujeres parían solas, sin episiotomías, sin
episiorrafias ni material estéril. Y ve el montón de gente vieja que hay viva.
Deja de darte mala vida, que te va a dar una broma loca.
Angela Alexandra |
Solo bastó esa necia reflexión para empezar a ver más allá
de mis escenarios fatalistas, pero sobre todo, IMAGINARIOS. Ahí estaban rodeándome:
el obstetra amo y señor de los riesgos más absurdos quien me adoptó, al menos
en las mañanas, como su residente de primer año. Mis enfermeras
parteras-curanderas-toderas expertas en fomentar la paranoia “tu bebé está azul
porque no quieres pujar” mientras yo mantenía mi sonrisa serena. La microscópica
sala de partos, con su ventana sin vidrios que permitía la entrada de mariposas
gigantes y cucarachas voladoras justo en las madrugadas más atareadas. Mi
música indie sonando a volumen moderado, acompañando los gritos de la
parturienta y luego las expresiones colectivas de felicidad cuando el bebé
empezaba a llorar.
Cada una de las 30 vidas que mis manos tuvieron la dicha de
traer al mundo, hizo la entrada triunfal que más le convino. Como aquella
madrugada cuando desde mi cuarto de descanso escuché la puerta del hospital
abrirse seguido del clásico de generaciones “doctora estoy pariendo”. Nunca era
verdad. Caminé tranquila hasta la sala de parto, me hice mi cola de caballo y me
coloqué los guantes sin euforia. No había terminado el hola mamá vamos a
hacerte un… cuando prácticamente la bebé sacó un brazo para saludarme. No me
sorprende que Angela Alexandra haya llegado a mis manos en menos de 5 minutos,
a pesar del APGAR perfecto, sus 1800 gramos le confirieron el viajecito en
ambulancia hasta Cumaná.
Mientras unos se apresuraban en abandonar el útero materno,
otros se rehusaban a hacerlo sin un compinche que le transmitiera apoyo moral. Como
esa noche en la que el desfile de embarazadas inicio a las 12:00 am con la
segunda gesta poseedora de un preocupante antecedente obstétrico, y finalizó a
las 7:30am con tres nuevas mamás y tres criaturas que simultáneamente no
dejaban de llorar. Esto sucedía con relativa frecuencia, y yo había aprendido a
sacar provecho de la confusión propia del momento. Como ese sábado en la mañana
cuando recibí la guardia con una paciente coronando y otra sin control
prenatal, en expulsivo. ¿Entonces, no sabes si tendrás hembra o varón? Pregunté
inocente, aunque la enfermera conocía mis verdaderas intenciones. “No doctorita”. Si la vida te da limones, haz limonada,
pensé, sintiendo la obligación irrevocable de expresar mi idea:
Angela a la izquierda y Angela a la derecha. |
Siempre sonrío cuando recuerdo dos frases que mi papá
exclamó por aquellos días. Esta flaca con su carita de “yo no fui” creó la generación
de las Angelas, imagínate cuando vayan a la escuela y pasen la lista, Angela
Butto, Angela Rodríguez, Angela Licet. ¡Qué épico! Pensaba yo. Flaca tú lo que
tienes es un imán para las embarazadas, quizás porque tu bisabuela era
comadrona, esa fue quien le sacó a Josefa María el montón de muchachos. Entiéndase
Josefa María como mi abuela paterna que tuvo más o menos 18 hijos, exabrupto al
que no pienso someterme… ¡Ni que fuera mormona gringa! Prefiero, como lo hizo
mi bisabuela en su tiempo, la perspectiva del partero, porque si algo conocí en los
meses que trabajé en Medical Cake Mania fue la plenitud de ser obstetra.
Cuando sea grande, quiero ser como esta cu-cu psycho que me habla. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario