Querido DADY, la idea de escribirte un informe detallado
sobre mi nuevo trabajo –y modalidad existencial- pulula en mi cabecita desde
hace varios días, sin encontrar tiempo, energía ni chispa ¿artística? para sentarme
en este sillón -casi carente de cojín- y redactar algo decente. Sé que eso no te disgusta pues tú y yo nunca
hemos necesitado intermediarios en nuestra relación, mucho menos ahora que tu
omnipresencia nos permite comunicarnos sin importar el momento del día, por lo
que podemos considerar esta composición de letras una pérdida de tiempo que bien podría invertir en
estudiar la fisiopatología de los soplos cardiacos.
De todos modos sigo empeñada en hacerlo, probablemente en
pro de serenar mi alma ansiosa por continuar con nuestras conversaciones –en
vivo y directo- habituales. Porque cada vez que acontece algo demasiado bueno,
malo o divertido, mi actividad sináptica concibe la siguiente reacción innata: CUANDO LLEGUE A CASA LE CUENTO A DADY; comprendiendo segundos después que mi
subconsciente me ha traicionado de nuevo, que dady no me pasará buscando por el
trabajo ni responderá a mi esencia de mujer alterada con una carcajada –al menos
no una que yo pueda escuchar.
Es un reflejo doloroso con el que he tenido que aprender a
lidiar, en especial desde que comencé –hace poco más de un mes- mi nueva rutina
laboral. Renunciar al Medical Cake Mania para trabajar en el HUAPA parecía ser
una decisión precipitada que en definitiva no te agradó, ni a mí tampoco. La crisis
–muy mal manejada, por supuesto- propia del cambio en mi trama profesional no
ayudaba con el periodo de adaptación a un centro de salud desabastecido,
colapsado de pacientes y con altas exigencias académicas –al menos en lo que
respecta a un médico como yo.
Los primeros días invertía demasiado tiempo en pensamientos
fatalistas. Repasaba las trágicas circunstancias que inspiraron mi –y solo mí- decisión
de cambiar un rural de 12 meses por un internado rotatorio de 24 meses,
intentaba recordar si durante tu lecho de muerte te asomé mi nuevo plan y
planteaba todos los terroríficos escenarios que probablemente protagonizaría
como doctora en la sala de hospitalización o de emergencia.
Pero -como diría tia Atanacia- el día fue aclarándose. A
medida que comprendía la dinámica de la sala y percibía la indiferencia y
carencia de empatía que emanaban los otros internos, fui diseñando mi propia
modalidad de trabajo en la que aprovechaba las 6 horas obligatorias dentro de
la institución para intentar resolver/diagnosticar /tratar –con la guía de mis
especialistas, claro- los problemas de salud que afligen a mis pacientes.
Y creo que eso ha dado frutos; empecé a sospecharlo hace dos
semanas durante una revista médica en la que uno de los especialistas,
indignado ante tanta pereza de algunos de mis colegas, exclamó:
"LA DOCTORA ANGELA TIENE MENOS DE UN MES ACÁ Y ES LA ÚNICA QUE ESTUDIA, QUE SE SABE SUS CASOS Y QUE LLEVA SUS PACIENTES AL DÍA, A VER SI APRENDEN Y SE PONEN LAS PILAS..."
La satisfacción de ese comentario se multiplicó la semana
siguiente cuando a la revista se unió el Derek Shepherd del hospital –con sus
residentes de neurocirugia; fue a examinar a mi paciente colombiano, poseedor de un aneurisma
trilobulado de arteria comunicante posterior derecha. Una bomba de tiempo que había más o menos
explotado y amenazaba con hacerlo de nuevo. El doctor finalizó su explicación didáctica
y se disponía a despedirse del paciente cuando este le agradeció su
disponibilidad para operarlo… seguido de:
"Y gracias a usted doctorita, que siempre ha estado pendiente de mí, que se ha movido para que esta operación fuera posible, sin usted nada de esto estaría pasando..."
Trabajar en el HUAPA nunca fue una meta en mi vida, tu muy
bien lo sabias. No obstante, es un hecho que he aprendido a aprovechar e
incluso apreciar desde que comprendí lo
poco factible de seguir ahogándome en un océano hecho con mis propias lágrimas,
más amargas que saladas por tanta desesperación y frustración. No era
inteligente ni tampoco estético.
Entonces,
a pesar de que no es el camino bien trazado… lo considero un desvio
provisional que empiezo a agradecer; un lugar donde me estoy entrenando
para las grandes ligas médicas, donde estoy nutriéndome de
conocimientos, donde
estoy conociendo personas que aportan no solamente a mi ser médico, en
general,
a mi humanidad. Espero que estés –más de lo que ya estabas- orgulloso de tu
hija, de su desarrollo acelerado, del amor –y pasión- que ha cultivado por lo
que hace y de su esfuerzo por ayudar a los pacientes. Confío que en un futuro
cercano se conectarán los puntos –porque…
No puedes conectar los puntos mirando hacia adelante; solo puedes hacerlo mirando hacia atrás... –Steve Jobs.
Te adora, tu flaca.
Un cambio inesperado, pero te has ido adaptando, amor ... Y lo importante es sentir pasión por lo que haces, y siempre ayudar, sin importar que los demás sean indiferentes o mediocres, novia :)
ResponderEliminarAsí es, amor...
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