La verdad sea dicha: estaba determinada a no votar en las
elecciones que se celebran hoy. Una idea que nació hace meses y se convirtió en
decisión hace unos cuatro. ¿Cuál era la finalidad de hacerlo? Si ni tenia -y prácticamente
sigo sin tener- la menor idea de quienes eran los candidatos ni para cual cargo
competían. La abstinencia aparecía como la zona de confort que me permitiría ahorrar
energía e invertir el tiempo en otras actividades que no me causaran ansiedad,
ataques de pánico y posteriormente depresión.
Y no le permitiré a nadie señalarme, mucho menos intentar
hacerme sentir culpable por la orientación que tomaron mis convicciones. Estoy
cansada y eso no es más que la tendencia irreversible de vivir en un país donde
las situaciones inverosímiles que acontecen dentro de él te violan desde los
derechos -humanos y constitucionales- hasta la esperanza, los sueños y las
ilusiones en constante –según el ritmo angustioso al que dance el dólar paralelo-
reconstrucción.
Así amanecí hoy, cansada de intentar reconstruir al país con
mis manos mientras muchos otros lo destruyen con sus pies. Exhausta de
perseguir un cambio y que todos los demás parezcan ser felices estancados en la
miseria. Agotada de interpretar el papel secundario dentro de esta
desvergonzada obra de teatro llamada poder electoral.
Todavía saboreando el trago amargo de la más reciente estafa
electoral al que fui sometida; la misma que colmó el casi infinito océano de mi
paciencia. Eso por una parte. Por la otra, asustada ante la posibilidad de
enfrentar a mis monstruos internos, esos con los que aún no firmó un tratado de
paz desde que mi papá, mi compañero de voto, la persona con la que alegremente
cruzaba la calle y doblaba la esquina hasta nuestro centro de votación, pasó a
otra vida hace casi 4 meses.
No obstante, luego de lavar dos tandas de ropa, desayunar
sabroso, tomar y editar la foto para el grupo de Flickr, abrí mi closet, me
puse mi falda y mi camisa de Wonder Woman, cogí mi cédula, mis lentes de gata y
mis llaves, respiré profundo e impulsada por no sé qué cosa salí a votar. La
mesa 2, lugar donde ejercería mi derecho al sufragio, tenía una cola minúscula –en
comparación con la de leche, harina pan, electrodomésticos, etcétera y “etcétero”-
en la que no estaba ni bien metida cuando mis ojos se llenaron de lágrimas.
Quería llorar, ¿cómo no? Imaginaba a mi papá impaciente en la mesa 1, saliéndose
de la cola para ver por qué no se movía, dándome la vuelta a ver si ya yo había
votado, esperándome hasta que terminara porque su reciente estatus de tercera
edad le permitía pasar antes que los demás.
Entonces vino mi momento de iluminación:
El voto de mi papá no estará hoy intentando cambiar el
destino de un país –que aparentemente se fue por la poceta… sin embargo MI VOTO
SI ESTARÁ FASTIDIANDO A TODOS LOS ROJOS DEL RESENTIMIENTO, SEÑALANDOLES QUE SOMOS
MUCHOS LOS INCONFORMES QUE RECHAZAMOS SU GOBIERNO INÚTIL Y AUTORITARIO.
Este voto seguirá intentando botar esa bota.
Aunque uno se desanime por la situación del país, la parcialidad manifiesta del CNE, la poca resolución de los políticos opositores para reclamar y mil cosas más, ejercer el voto es lo que no debemos dejar de hacer, solo por el placer de hacerle más difícil a los chavistas robarnos nuestro voto :)
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