Querido Papá Noel, en primer lugar nótese que te respeto lo
suficiente para llamarte Noel y no Nicolás. Antes de pasar al punto principal de
la presente, quiero aprovechar algunas líneas para filosofar sobre la
relatividad de las cosas. ¿Acaso existe una verdad absoluta sobre el bien/lo
bueno y el mal/lo malo? Considero, humildemente, que no. Toda acción y comportamiento
está condicionada por el contexto en que surja y cada quien juzgará según criterio
propio. En este sentido, con toda la objetividad que me caracteriza, quiero
informarte que durante este año fui una niña muy buena –buena… medio buena… que
está buena… que está medio buena… tu entiendes- y me porté muy bien –o no tan
mal.
A conciencia, no probé tantas sustancias psicoactivas. Me
embriagué un par –de docenas- de veces pero quiero aclarar que solo bastaban dos
vasos de cualquier bebida alcohólica para alcanzar el estado de embriaguez y
eso… eso habla a favor de mi hígado no alcohólico cuya maquinaria enzimática colapsa
con facilidad por no estar acostumbrada a una rutina etílica. Si, también fumé
marihuana… UNA SOLA VEZ y eso… eso tiene mérito porque la paz y felicidad que
se sienten en cada nota es suficiente razón para legalizar aunque sea una
cajita de porros al mes. En cuanto a mi dependencia por el Alivet tan solo duró
una semana… o dos… porque necesitaba la clorfeniramina para combatir mi congestión
nasal y más tarde el insomnio que trajo la depresión de esos días.
No me hice ningún tatuaje ni tampoco piercings… al menos no
en esos lugares donde no pega el sol. El saldo total fue de dos perforaciones
muy convencionales, realizadas por mi persona siguiendo un estricto régimen de asepsia y antisepsia. No fueron
planificadas, simplemente son el resultado de dos crisis emocionales que
preferí no manejar automedicándome ansiolíticos ni antidepresivos -que hubiese
ampliado el listado de sustancias psicoactivas ingeridas, pero no. En
definitiva, esto no me califica dentro del top 10 de dignos representantes del
arte corporal y eso es lo más relevante de este asunto.
Fui una persona –más o menos- social… casi todo el año. Formé
parte de un círculo de amistades muy bien acoplados: juntos nos taponamos las
arterias con los ateromas de nuestros almuerzos y cenas no nutritivas; juntos nos
salió lipa e iniciamos una rutina fitness que abandonamos a los pocos días;
juntos cantamos en karaoke y nos emborrachamos hasta la inconciencia; juntos
colapsamos en el proceso de recolectar/introducir los papeles para optar a los
postgrados de nuestra preferencia; juntos cometimos delitos menores, faltamos
al trabajo, inventamos historias fantásticas para encubrirnos y fingimos
demencia; juntos superamos las crisis y enfrentamos los monstruos internos que
nos afligían. Luego de esa descripción, creo que no te parecerá tan mal el hecho de que –el zorro
pierde el pelo pero no las mañas- un día me hastié y regresé a mi segura,
bonita y cómoda burbuja asocial.
Mientras un alto porcentaje de mis contactos de Facebook se
convirtieron en padres, yo compré condones en dos oportunidades y usé pastillas
anticonceptivas que agrandaron mis caderas con la importante finalidad de
prevenir un embarazo precoz. El incidente de la prueba de embarazo, en mi mundo
HCG beta cualitativa –que por cierto fue NEGATIVA-, estuvo motivado más por mi
paranoia que por un retraso menstrual verdadero, así que no lo tomaremos en
cuenta. También prefiero que ignoremos mi status de promiscua –de acuerdo a la definición
de la OMS- adquirido durante el segundo semestre del año… no hay que exagerar,
fueron dos personas, tampoco es que me convertí en Samantha Jones.
Siempre dije la verdad… o más bien lo que la gente necesitaba
escuchar. Utilicé las dos técnicas de Joey Tribianni: a) Decir si a todo. ¿El
paciente tiene Rx de hoy? Sí. ¿Ya la hemoglobina está por encima de 10 mg/dl? ¡Por
supuesto! ¿Puedes tener el preoperatorio listo para las 8:00am? ¡Claro! Lo
importante era que mis pacientes –especialmente los que ameritaban los
servicios de los mojoneados de cirugía de tórax- entraran en el plan de
intervenciones, todo lo demás se podía solucionar con una amplia sonrisa, un
momento Lupita Ferrer o un lavado de cerebro a mi especialista para que llegara
antes de las 8:00am. B) La teoría del mapache. Marvy hoy voy a salir y no vendré
a dormir, le decía a mi progenitora. ¿Y dónde te quedarás? Preguntaba ella con
suspicacia. Yo improvisaba: un mapache nos invitó a su casa de playa, grande, 5
cuartos… o unos mapaches destruyeron los cauchos de todos los taxis en Macondo,
¿cómo me regreso así?… o es que el otro día regresaba a casa y un mapache
intentó asaltarme y… cualquier cosa sonaba mejor que voy a dormir en casa de un
hombre. Técnicamente, en dimensiones paralelas, todo esto es cierto ¿no?
No maldije ni vociferé groserías… no frente a otras
personas. Tampoco ofendí a nadie… este mes. Ok, está bien, me declaro culpable
por aplicarle el látigo de la indiferencia –hace dos días- a esa prima mía que me
despreció durante la infancia-pubertad y ahora viene con el empeño hollywoodense
de reconciliarnos. No guardo odio ni rencor en mi corazón… no desde la semana
pasada cuando, un poquito pasada de tragos, escupí el ácido que corría por mis
atrios y ventrículos a los seres que en primera instancia me lo inocularon. No fui
racista ni clasista y a pesar de todas las provocaciones tampoco emití
comentarios xenófobos frente al ecuatoriano ni la boliviana. No le eché el
carro encima a mis motivos de ira, aunque si colisioné contra 3 micas de un
carro mientras me estacionaba en retroceso, por el bien de todos hui de la
escena. Pero si respeté semáforos en rojo, pasos peatonales y técnicamente no
sobrepasé ningún límite de velocidad –yo nunca vi un anuncio tipo Velocidad
Máxima 100 kms/h.
Entré al postgrado de pediatría, gracias a mi perseverancia,
horas de estudios y tres secretarias que movieron cielo y tierra para
entregarme los documentos –con las respectivas correcciones, no entremos en
detalles- para armar mi carpeta. Equipé mi biblioteca pediátrica… que no he
usado en absoluto. Organicé mi habitación… durante 3 meses. Fui generosa…
despilfarrando en ropa, zapatos, carteras, accesorios y libros en mi escapada a
Caracas. Encontré nuevos objetos de culto: Natuchips, Te Listo de durazno y How
I Met Your Mother. No robé… pero si hurté un par de tonterías.
Tras leer todo mi recuento del 2014 y considerando que hoy
es 26 de diciembre, descuida Papá Noel, algunas de las personas maravillosas
que forman parte del elenco de mi vida ya se te adelantaron con la entrega de
obsequios –Lengen ‘WAIT FOR IT’ dary- y yo… mientras compraba los regalos de
mis seres queridos -y de un negro peludo a quien no sé si algún día le
entregaré los suyos-, me premié por sobrevivir a un 2014
young and wild.
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