jueves, diciembre 18

De la carta de residencia.



La gabardina romana había llegado a El Castillo, única tienda de telas acá en Macondo. El lugar estaba repleto de compradoras, no obstante, mi urgencia de mandar a confeccionar una nueva bata me obligó a entrar y probar mi suerte en la cacería por una “ejecutiva de ventas” que cortara los metros de tela que necesitaba. ¿Te sirvieron los papeles? Me preguntó una voz femenina mientras me bordeaba la cintura con sus brazos. Mi vida actualmente gira en torno a papeles, que si constancias de culminación, copias del título, firmas pendientes, solvencia del colegio de médicos y carta de residencia… pero en aquel instante, parada frente a Jackeline, nombre que llegó a mi mente horas después, no recordaba este último documento.

Rondando las 8:00 am manejé hasta la alcaldía. Por supuesto, como suele suceder en este pueblo, ningún aviso te señala en qué lugar de la vía está ubicada. Mi GPS consistía en la explicación que mi hermano me había dado la noche anterior. “Después de la Polar, pero antes de la UDO, por donde está Corpoelec, al lado del Banco de Venezuela”. ¡Típico! ¿Para qué numerar calles y nombrar avenidas, si nuestras referencias están en la obligación civil de describir matas de mango, empanaderas o una valla del supremo intergaláctico? Vagamente recordaba el lugar de aquel día cuando solicitamos el acta de defunción de mi papá. Ah, qué suerte había tenido en aquella oportunidad cuando por casualidad –y ocio, mucho ocio- pude convertirme en la acreedora de -no una- dos cartas de residencia, una en blanco con firmas estampadas que posteriormente mi mamá utilizó con urgencia para ya no recuerdo qué.

Luego de que los 80, casi 90, por poco 100 kilómetros por hora que llevaba el carro –no mi pie derecho sobre el acelerador- me hicieron pasarme el lugar, cruzar por una calle que bordea al mar y entrar en una cola absurda poco después de la universidad, disipé el galpón rojo y feo.  Buenos días, disculpe la molestia, ¿en qué oficina solicito la carta de residencia? Pregunté con mi amabilidad –e ingenuidad- nata a una secretaria que encontré en el camino. “ay manita…” –que le corten la cabeza a quien me llama mija, manita, amiguita- “eso no lo sacan aquí ahora, eso es en las 4 esquinas… pero que bueno que llegas, ¿tu sabrás quien canta esta canción que dice yo solo quiero darte un beso…?”. Yo solo quería llegar a la alcaldía, en cambio, estaba en una de las entradas VIP al inframundo, pensé. Negué con la cabeza, di las gracias y me largué.

Muchas casi colisiones contra motorizados, un par de “mami eso si está bello” y 3 vueltas después, encontré una empanadera que me indicó el nuevo lugar que buscaba. Entrar fue fácil, no así llegar hasta la secretaria del lugar. Entre ella y yo se interponían incontables madres con sus criaturas en brazos. Pude tomarlo como una señal de la vida en pro de mi postgrado, pero la preocupación de que me hubiesen enviado al lugar incorrecto me privaba las racionalizaciones. Buenos días, me enviaron a este lugar para solicitar mi carta de residencia, exclamé con mi sonrisa más amplia y cordial. Una mujer blanca, con un par de kilos extra que no ocultaban su belleza natural, me miró con simpatía mientras sentenciaba que en ese lugar era muy complicado tramitar mi pedido. Con frecuencia hago uso de mis dotes de actriz, sin embargo, para las 9:00 am de aquel día, la agonía reflejada en mi rostro era genuina. Es que yo necesito este papel para ser pediatra, lo necesito con urgencia, me lamenté en el escritorio. Hija, ya vamos a resolver eso, anda a la prefectura de Valentín Valiente, llévale este papel a mi esposo para que te redacte la carta el mismo, yo lo llamaré para avisarle. Esperanzada de nuevo. miré a la mujer y luego de agradecer le pregunté ¿de parte de quien voy?, volteó el papel y leyó en voz alta: de Jackeline.

Mi excitación febril por el juego de mesa “adivina quién” no aplicaba en aquel instante. Sentada en la prefectura, esperando a un desconocido, el “Wake up, grab a brush and put a Little makeup, hide the scars to fade away the shakeup” que reproducía el celular de la secretaria me impedía concentrarme. Al menos era Sistem of a Down y no el tipejo que me preguntaron en la alcaldía. “Yo solo quiero darte un beso…” comenzó a sonar a continuación. Maldita Ley de Murphy. Cuando algo va mal, siempre puede ir peor. En definitiva, el soundtrack empeoraba mi búsqueda por el bigote del señor Arredondo. Hasta ese momento, no había notado que llevar pelo sobre la boca estaba de moda. Estilo Cantinflas, Hitler, Maduro, Dalí… ¡por los clavos de Cristo! ¡¿Qué es esto, el fashion week del bigote?! Cuando mi reloj marcó las 12:00pm decidí retirarme. Derrotada, empecé a caminar hacia la salida de esa casa –más bien rancho- colonial cuando… 

¿Usted es Angela Millán? Mi esposa me dijo que venía, ya le voy a redactar la carta de residencia. 15 minutos después, en mis manos descansaban no una, dos cartas necesarias para forjar mi futuro académico. 

¡Si, muchísimas gracias! Respondí cordialmente a la extraña que caminaba a mi lado. En el caos que reinaba dentro de la tienda de telas, lo menos que necesitaba era aumentar mi confusión existencial y precisamente era lo que estaba haciendo esta señora que no se alejaba. Cuando entraste aquel día a mi trabajo te recordé de inmediato, tu atendiste a mi mamá una noche en el hospital, la trataste con tanta dulzura y amabilidad, no podía verte con indiferencia tu desesperación por la carta de residencia. Entonces, los recuerdos de aquel viacrucis llenaron mi mente. Ahora frente a mí, Jackeline me contaba la E! True Hollywood Story de nuestra relación interpersonal. 

No creo en mucho, pero sí en que Touch reflejó la esencia de la vida. Un drama en el que la ciencia y la espiritualidad se encuentran con la esperanzadora premisa de que todos estamos interconectados, atados con lazos invisibles a aquellos cuyas vidas estamos destinados a impactar y alterar. Jackeline fue el buen karma por el amor y preocupación que invierto en mi trabajo cada día y, si logro entrar al postgrado de pediatra, será un ángel de la vida real que alteró para bien mi futuro.

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