Mis mejores amigos me ocultaron la verdad. Lo decidieron de
manera unánime motivados por la nube negra que me acompañaba a todos lados por
aquellos días. Era patética; había retrocedido en mi escala de superación femenina,
si es que esto existe, hasta el nivel pendeja que no deja de llorar por un
maldito imbécil. Comprendía que debía parar, pero simplemente no podía escapar
del dolor, la desesperación y la ansiedad por el abandono, la incertidumbre y
las sospechas.
“Yuvirixaida tiene 3 días durmiendo donde el maldito imbécil
y los hemos visto caminando agarraditos de mano. Ya supéralo.”
Era 16 de agosto, poco más del mediodía cuando uno de mis
mejores amigos dijo esa verdad que me hizo libre. Estábamos reunidos en casa,
comiendo espagueti, tomando cervezas y vino, cantando en karaoke. Estoy segura
de que mi palidez mortecina se acentuó y mis ojos se humedecieron. Sonreí,
respiré profundo, me levanté de la silla y caminé hasta mi cuarto donde gasté
30 minutos de mi valioso tiempo llorando por la ira desmedida que invadió cada célula
de mi organismo. ¡Maldito imbécil!
No hubo base, polvo suelto ni corrector de ojeras que
disimulara el edema palpebral ni la inyección conjuntival post-llanto. Pero sí
3 amigos que me abrazaron y recolocaron
los pedacitos de corazón que largué por toda la habitación. Es que ellos sabían
–y más importante- se mostraron empáticos hacia mis sentimientos ese día en el
que –un año atrás- perdí a mi papá y –un año de vuelta al presente- encontré un
maldito imbécil capaz de exclamar con su típico dejo de crueldad y desprecio “No
es la primera persona que pierde un familiar…”
¿Por qué a ella si la tomó de la mano y a mí no? ¿Por qué a
ella si le permitió quererlo? ¿Por qué con ella si se encarceló y conmigo no?
Seguí torturándome por varias semanas más. También, cual
Joel, perseguía en mi mente los recuerdos de momentos mejores. Me gusta tu
tatuaje, me parece sexy, dije. Él sonrió y me entregó dos cisnes de origami con
un mensaje cifrado dentro de ellos. Nos sentamos en la hamaca y cuando todos se
fueron, el me besó. Prepararé los pancitos que nos comimos antes de meternos al
mar. Me sentí reconfortada entre sus brazos mientras miramos Pelo Malo.
Sombras tapando el sol, sombras tapándote, son tan solo
sombras sin pena ni gloria.
Un día el me buscó y yo me dejé encontrar. Nos convertimos
en un deja vu, un ir y venir frecuente, una situación miserable de la que ninguno
de los dos quería escapar. Me conformaba con muy poco. Mi propósito era satisfacer
mis necesidades básicas –entre ellas, reírme de una Yuvirixaida enamorada de un
maldito imbécil. Hasta que un día recapacité. Empecé a fingir interés por otro
encuentro imposible, expuse una falsa disponibilidad para él y lo ilusioné
varias veces con mi no fiable compromiso de “este viernes/sábado si”. Hasta que por
fin, desapareció de mi vida y yo pude darme la oportunidad de ser feliz.
“Hace días vi a [insertar aquí el maldito imbécil], iba con quien supongo es
su novia, una negrita fea…”
Fue el comentario inocente de mi mamá. Por eso no quiero que
me conozcan, prefiero que inventen, tarareé en mi mente. ¿Quisieras borrarte de
la mente al maldito imbecil, Angela? No, porque quien no conoce su
historia está condenado a repetir sus errores... y yo no tengo ganas de volver a ser la mujer despreciada y poco valorada que fui mientras estuve estuve con el.
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