La conversación no inicio antes de devorar la parrilla. Teníamos
hambre, suficiente para ignorar que el chorizo estuviera crudo y prescindir de
cubiertos que llevaran la comida hasta la boca. Cuando los platos estuvieron
limpios, las barrigas se llenaron y las manos se volvieron grasosas, comenzaron
los primeros intercambios de miradas y palabras. Se formaron varios focos de conversación
a mí alrededor a los que, mis ideas paranoides de contraer una infección por
taenia o toxoplasma, me impidieron unirme… al menos hasta que –por fortuna para
mi salud mental- escuché una frase que captó mi atención.
“El piercing de la lengua me lo hicieron con un yelco y no
me dolió”
Iniciando el 2014 me planteé varias metas –tipo bucket list.
Una de ellas era realizarme una perforación en el hélix de mi oreja derecha. Porque
mi perfil izquierdo está marcado de nacimiento y mi nariz es muy ancha y mis
cejas son bonitas y yo no enseño mi ombligo al mundo. Sin embargo, mi idea tenía
dos grandes factores en contra: mi miedo a las agujas y la desconfianza a, básicamente,
todas las personas. Una pésima combinación cuando se trata de poner un fragmentito
de tu cuerpo en las manos de un desconocido que además, sostiene una aguja. De
vuelta a finales de Julio, al otro extremo del balcón, ella me ilustraba un procedimiento
alternativo pero factible para realizarme un piercing. ¿Y el yelco funcionó, no
hubo complicación alguna? Pregunté muy interesada.
“Si, no hubo problema. Solo me dolió al siguiente día cuando
iba a comer”
Ya tenía la idea implantada en mi mente y ese viernes por la
noche conseguí la metodología para materializarla. Sin embargo, faltaba el
impulso. Entonces, la crisis no tardó en llegar a mi vida.
“Comienza cuando el objeto de tu afecto deposita en ti una
dosis alucinógena y embriagante de algo que nunca te has atrevido a admitir que
quieres; una carga de emociones y amor estruendoso. Pronto empiezas a desear
esa atención con la misma obsesión hambrienta de cualquier adicto. Cuando no se
te da, te enfermas, te vuelves loco sin mencionar que te resientes con el
traficante que al principio de todo, motivó esta adicción pero que ahora se
niega a darte mercancía de la buena. Maldición, y antes solía dártela de
gratis. En la siguiente etapa estas delgada y temblando en una esquina
completamente segura de que venderías tu alma solo por tener esa cosa una vez más…” - Liz en Eat Pray Love.
Durante lunes y martes me di a la tarea de reunir todo lo
necesario. Me paseé por la emergencia donde encontré un yelco número #16 y
guantes sellados. Le quité descaradamente un par de gasas al señor Asdrúbal y
de un estante olvidado saqué unas inyectadoras de insulina. Así sucesivamente
hasta el miércoles por la tarde que, sobre un banquito dentro de mi cuarto,
todos los instrumentos esperaban ser utilizados. Aquella imagen me recordó la
crisis del tercer semestre de medicina cuando impulsada por el fracaso académico,
el rechazo de quienes consideraba amigos y el “we were on a break” –en el que yo
interpreté a Ross- recolecté guantes, papel aluminio y decolorante que usé en
mi hermoso cabello hasta convertirlo en un simultaneo “rubia sol, morena luna”.
Mirando en retrospectiva, no soy un modelo inspiracional cuando de manejar catástrofes
emocionales se trata.
Mucho menos la que atravieso actualmente. Porque precisamente
todo está transcurriendo como la analogía de Liz. Soy la adicta tirada en una
esquina, necesitando más de él, mi proveedor de la única droga que no se puede
cultivar, traficar o comprar… la felicidad. No poder resolver esto usando mis
propios medios es quizás lo que más me causa desesperación, sentimiento que me
acompaña desde que abro los ojos en la mañana y me doy cuenta de que todo sigue
igual; mientras manejo por la ciudad y encuentro los rincones que evocan
recuerdos de unas semanas mejores; Y antes de dormir, cuando apago la lámpara custodiada
por mis mascotas de origami.
El quirófano portátil estaba instaurado. The Cloud Room con
su “… Hey now now, the smallest things are crushing me now…” ambientaba la cirugía
menor. 2:30 pm, previa asepsia y antisepsia e infiltración de cifarcaina al 1%
se procede a introducir yelco 16 en hélix derecho de paciente femenino. Para
las 3:00 pm ya me encontraba en sala de recuperación –mi confortable cama-
sobreviviendo al rubor, calor y dolor que aparecen cuando desaparece la
anestesia.
Mi piercing negro fue encantador hasta el viernes, cuando amaneció
asimétrico tras sufrir la amputación nocturna de una de sus extremidades
puntiagudas al enredarse en la maraña que tengo por cabello. Su efecto
distractor me duró hasta las 9:00 am del mismo día. La oficina de médicos
estaba abarrotada de gente y la oficina de historias médicas estaba inundada en
jugo de manzana. Me senté a escribir mis historias en la sala de “Hombre
Salvaje” quien escuchaba la radio mientras recibía la transfusión de
concentrados plaquetarios. La canción que empezó a sonar echó abajo en 3:53
minutos todos mis mecanismos de defensa psicológicos, pues entre sus letras
conseguí mi patética realidad, esa que…
“Aun me parece mentira que se escape mi vida imaginando que
vuelves a pasarte por aquí, donde los viernes cada tarde, como siempre, la
esperanza dice “quieta, hoy quizás si…”
y llevo rato aquí, con un whisky a medio tomar, escuchando a Zoe. Siempre me ha gustado esa prosa "y me respires para siempre".. tienes un cuello lindo, muy lindo.
ResponderEliminarZoé es uno de mis café mientras manejo al trabajo cada mañana. Gracias, me creo el halago porque viene de ti!
Eliminarsería incapaz de mentirte. Soy muchas cosas, pero no un mentiroso.
ResponderEliminartú serías feliz con mi Ipod.
ResponderEliminarLa verdad sea dicha, en varias oportunidades descargué los compilados de música que reproducias en tu blog. Tus soundtracks se han paseado por mi iPod. Pero si me gustaría husmear en tu iPod; hace días vi una película, Begin Again, maravillosa. En una escena el le decía a ella que quería escuchar lo que guardaba en su iPod, reian y decian que la música que escuchamos dice mucho de nosotros... ¿será?
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