domingo, agosto 3

De mi piercing nuevo.



La conversación no inicio antes de devorar la parrilla. Teníamos hambre, suficiente para ignorar que el chorizo estuviera crudo y prescindir de cubiertos que llevaran la comida hasta la boca. Cuando los platos estuvieron limpios, las barrigas se llenaron y las manos se volvieron grasosas, comenzaron los primeros intercambios de miradas y palabras. Se formaron varios focos de conversación a mí alrededor a los que, mis ideas paranoides de contraer una infección por taenia o toxoplasma, me impidieron unirme… al menos hasta que –por fortuna para mi salud mental- escuché una frase que captó mi atención.

El piercing de la lengua me lo hicieron con un yelco y no me dolió” 

Iniciando el 2014 me planteé varias metas –tipo bucket list. Una de ellas era realizarme una perforación en el hélix de mi oreja derecha. Porque mi perfil izquierdo está marcado de nacimiento y mi nariz es muy ancha y mis cejas son bonitas y yo no enseño mi ombligo al mundo. Sin embargo, mi idea tenía dos grandes factores en contra: mi miedo a las agujas y la desconfianza a, básicamente, todas las personas. Una pésima combinación cuando se trata de poner un fragmentito de tu cuerpo en las manos de un desconocido que además, sostiene una aguja. De vuelta a finales de Julio, al otro extremo del balcón, ella me ilustraba un procedimiento alternativo pero factible para realizarme un piercing. ¿Y el yelco funcionó, no hubo complicación alguna? Pregunté muy interesada. 

Si, no hubo problema. Solo me dolió al siguiente día cuando iba a comer

Ya tenía la idea implantada en mi mente y ese viernes por la noche conseguí la metodología para materializarla. Sin embargo, faltaba el impulso. Entonces, la crisis no tardó en llegar a mi vida.

Comienza cuando el objeto de tu afecto deposita en ti una dosis alucinógena y embriagante de algo que nunca te has atrevido a admitir que quieres; una carga de emociones y amor estruendoso. Pronto empiezas a desear esa atención con la misma obsesión hambrienta de cualquier adicto. Cuando no se te da, te enfermas, te vuelves loco sin mencionar que te resientes con el traficante que al principio de todo, motivó esta adicción pero que ahora se niega a darte mercancía de la buena. Maldición, y antes solía dártela de gratis. En la siguiente etapa estas delgada y temblando en una esquina completamente segura de que venderías tu alma solo por tener esa cosa una vez más…” - Liz en Eat Pray Love.

Durante lunes y martes me di a la tarea de reunir todo lo necesario. Me paseé por la emergencia donde encontré un yelco número #16 y guantes sellados. Le quité descaradamente un par de gasas al señor Asdrúbal y de un estante olvidado saqué unas inyectadoras de insulina. Así sucesivamente hasta el miércoles por la tarde que, sobre un banquito dentro de mi cuarto, todos los instrumentos esperaban ser utilizados. Aquella imagen me recordó la crisis del tercer semestre de medicina cuando impulsada por el fracaso académico, el rechazo de quienes consideraba amigos y el “we were on a break” –en el que yo interpreté a Ross- recolecté guantes, papel aluminio y decolorante que usé en mi hermoso cabello hasta convertirlo en un simultaneo “rubia sol, morena luna”. Mirando en retrospectiva, no soy un modelo inspiracional cuando de manejar catástrofes emocionales se trata. 

Mucho menos la que atravieso actualmente. Porque precisamente todo está transcurriendo como la analogía de Liz. Soy la adicta tirada en una esquina, necesitando más de él, mi proveedor de la única droga que no se puede cultivar, traficar o comprar… la felicidad. No poder resolver esto usando mis propios medios es quizás lo que más me causa desesperación, sentimiento que me acompaña desde que abro los ojos en la mañana y me doy cuenta de que todo sigue igual; mientras manejo por la ciudad y encuentro los rincones que evocan recuerdos de unas semanas mejores; Y antes de dormir, cuando apago la lámpara custodiada por mis mascotas de origami. 

El quirófano portátil estaba instaurado. The Cloud Room con su “… Hey now now, the smallest things are crushing me now…” ambientaba la cirugía menor. 2:30 pm, previa asepsia y antisepsia e infiltración de cifarcaina al 1% se procede a introducir yelco 16 en hélix derecho de paciente femenino. Para las 3:00 pm ya me encontraba en sala de recuperación –mi confortable cama- sobreviviendo al rubor, calor y dolor que aparecen cuando desaparece la anestesia.


Mi piercing negro fue encantador hasta el viernes, cuando amaneció asimétrico tras sufrir la amputación nocturna de una de sus extremidades puntiagudas al enredarse en la maraña que tengo por cabello. Su efecto distractor me duró hasta las 9:00 am del mismo día. La oficina de médicos estaba abarrotada de gente y la oficina de historias médicas estaba inundada en jugo de manzana. Me senté a escribir mis historias en la sala de “Hombre Salvaje” quien escuchaba la radio mientras recibía la transfusión de concentrados plaquetarios. La canción que empezó a sonar echó abajo en 3:53 minutos todos mis mecanismos de defensa psicológicos, pues entre sus letras conseguí mi patética realidad, esa que…


Aun me parece mentira que se escape mi vida imaginando que vuelves a pasarte por aquí, donde los viernes cada tarde, como siempre, la esperanza dice “quieta, hoy quizás si…

5 comentarios:

  1. y llevo rato aquí, con un whisky a medio tomar, escuchando a Zoe. Siempre me ha gustado esa prosa "y me respires para siempre".. tienes un cuello lindo, muy lindo.

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    1. Zoé es uno de mis café mientras manejo al trabajo cada mañana. Gracias, me creo el halago porque viene de ti!

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  2. sería incapaz de mentirte. Soy muchas cosas, pero no un mentiroso.

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    1. La verdad sea dicha, en varias oportunidades descargué los compilados de música que reproducias en tu blog. Tus soundtracks se han paseado por mi iPod. Pero si me gustaría husmear en tu iPod; hace días vi una película, Begin Again, maravillosa. En una escena el le decía a ella que quería escuchar lo que guardaba en su iPod, reian y decian que la música que escuchamos dice mucho de nosotros... ¿será?

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