Sábado por la noche. El primero que pasaba en casa desde… hacía
mucho tiempo. Frenética, me mecía en la hamaca. Apenas el reloj marcaba las
7:00pm y tenía sueño. La narcolepsia autoinducida durante mi encierro diurno –o
escape, dependiendo del punto de vista- no estaba motivada por cansancio, pero
si por necesidad de estar inconsciente ante la realidad tangente y palpable
como también, los escenarios hipotéticos, ficticios y asfixiantes que mi mente
diseñó desde la noche anterior. Mi iPod no marcaba el ritmo de la columpiada,
solo emitía letras a un volumen lo suficientemente alto para aplacar el
escándalo dentro de mi cabeza. Entonces
hallé la respuesta.
El calor de esta mañana dominical –cortesía de los logros
energéticos de la revolución- me convirtió en el caldo humano ideal para
cultivar las frases célebres que he escuchado o leído a lo largo de estas
semanas. Me paseaba por mi cuarto repasando cada una de ellas. “Se amerita la
aguja de Abrams para la intervención, la aguja Trucut no funciona en este caso”
pero cuando llega el día de la operación, resulta que funciona hasta mejor…
“Pero hubieses metido la carpeta sin ese papel” luego de negarse a recibirla
por culpa del dichoso papel… “Que están citorreduciendo la sangre” ¿desde hace
un mes? “El ambroxol estimula la producción de surfactante” y masacra la libido
–y autoestima- de una mujer ninfómana recién despertando.
“Everything
you say to me, takes me one step closer to the edge, and i’m about to break”.
“¿Qué te pasó?” me preguntó “Hombre Salvaje”, mi paciente que
padece Tricoleucemia, aquel lunes cuando regresé de mi viaje relámpago. Supongo
que mi sobreactuado “buenos días” no pudo esconder las ojeras que quedan tras
una noche de pesadillas y la inyección conjuntival del llanto que protagonicé
mientras manejaba al trabajo. Me pasa Julio, pensé. Como le dije a Mariana
desde el asiento del copiloto, aquella tarde camino al lugar donde nos
esforzamos en ser fitness. Este es el mes de las “3 P”. “¿Las 3 P?” preguntaba
interesada en mi teoría. Si, durante Julio me quedo sin papá, peor es nada y
postgrado, concluí.
En posición fetal y ligeramente anestesiado, empezó a
introducirle el endoscopio. Ante mis ojos, mi papá nunca había lucido tan
vulnerable y frágil como aquella mañana. Estaba asustada, porque dejando a un lado
el sentimentalismo por filiación, mi objetividad de médico intuía, al igual que
la gastroenterólogo, lo que encontraríamos en el trayecto esofágico. La cámara
no tardó demasiado en reflejar la horrible imagen. Un año después siguen
acosándome los recuerdos de su movimiento visceral, de la pinza poco eficaz
intentando tomar la muestra para la biopsia, de la mucosa erosionada. Del
pánico ante la certeza de que mi papá iba a morir. Del cansancio por cargar con
el pesado secreto durante todo Julio.
Apenas me incorporé a la avenida las lágrimas empezaron a
salir. Aquel viaje cuyo fin era dar y recibir bienestar y placer, se convirtió
en otro evento desafortunado para la colección del mes. El mar y los carros
desaparecieron. En mi mundo, todo parecía ser suplantado por escombros. ¿Había
elegido el pilar incorrecto para descansar mi espalda un rato, no más? Cuando
me estacioné en el hospital ni vestigios de maquillaje quedaban. Con un poco de
polvo retoqué el trayecto húmedo de mis lágrimas, sin embargo, el semblante de
tristeza no lo podía esconder ni mandrake el mago.
No me pasa nada, me limité a responder. Pero eso era el equivalente al venezolanisimo: vamos a decirte que bien para no entrar en detalles. Por eso no me pude zafar del discurso “eres una mujer bonita, simpática, inteligente y con una carrera preciosa, nada ni nadie tiene el derecho de hacerte sentir mal ni triste” me dijo en tono parental “Hombre Salvaje”. Ojalá el sujeto con quien me gusta pasar este tiempo –con fecha de vencimiento-, tuviera una percepción similar sobre mí, pensé. De un día para otro las sonrisas disminuyeron como reacción a la acción de verme y mi cercanía pareció mutar de emocionante a amenazante. La verdad, “no sé si es que nunca estuvo allí, si la magia se fue, no sé”. Debe ser que yo…
No soy suficiente. Fue también mi explicación lógica la
mañana que no pude introducir mi carpeta para concursar por un puesto en el
postgrado de pediatría. Porque luego de plantearle mi situación y asegurarme
que esa constancia era suficiente… pocos días antes del examen me notifica que
para evitar complicaciones, es importante otro papel que -tomando en cuenta la
agilidad de caracol que caracteriza a los entes públicos venezolanos- no me
entregarían un una semana. Entonces, ese sábado en la noche muchos celebraban
haber concursado para sus respectivos postgrados y yo me sentaba en una poceta
de hotel a llorar no por lo que dijo, pero si por como lo dijo.
Regresé a casa con el espíritu roto. Tanto ese domingo desde
la sucursal sucrense del inframundo, como esa mañana desde el departamento de pediatría.
Tal como hace 3 dias cuando la hemoglobina disminuyó porque banco de sangre no
envio los concentrados globulares, retrasando más la quimioterapia de “Hombre
Salvaje”. También cuando operaron a la paciente con la aguja trucut que el
servicio de cirugía se había negado a utilizar durante dos semanas, sabiendo
que era factible. O ayer por la tarde cuando, pese a mis horribles hipótesis, quería
traer el utensilio de cocina a mi casa y luego regresar a refugiarme en la suya.
Porque hoy dentro de casa todo me recordó otro hecho
doloroso: si no fuera por el cáncer, mi papá estaría cumpliendo otro año de
vida. Y yo habría preparado una torta de piña. Y mi mamá organizado un almuerzo
con karaoke y barra libre. Todos se irían al atardecer. Mi papá leería un rato
algún cuerpo del El Universal o vería cualquier película en TNT. Mi mamá guardaría
las sobras en recipientes plásticos. Y yo… me conformaría con no sentir la desesperación
de no poder cambiar los siguientes hechos:
- Mi papa está muerto.
- No pude concursar para postgrado.
- Cada día me convenzo de que ya no soy la persona que deseas (en toda la extensión de la palabra).
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