domingo, julio 27

De las 3 P.



Sábado por la noche. El primero que pasaba en casa desde… hacía mucho tiempo. Frenética, me mecía en la hamaca. Apenas el reloj marcaba las 7:00pm y tenía sueño. La narcolepsia autoinducida durante mi encierro diurno –o escape, dependiendo del punto de vista- no estaba motivada por cansancio, pero si por necesidad de estar inconsciente ante la realidad tangente y palpable como también, los escenarios hipotéticos, ficticios y asfixiantes que mi mente diseñó desde la noche anterior. Mi iPod no marcaba el ritmo de la columpiada, solo emitía letras a un volumen lo suficientemente alto para aplacar el escándalo dentro de mi cabeza.  Entonces hallé la respuesta.

El calor de esta mañana dominical –cortesía de los logros energéticos de la revolución- me convirtió en el caldo humano ideal para cultivar las frases célebres que he escuchado o leído a lo largo de estas semanas. Me paseaba por mi cuarto repasando cada una de ellas. “Se amerita la aguja de Abrams para la intervención, la aguja Trucut no funciona en este caso” pero cuando llega el día de la operación, resulta que funciona hasta mejor… “Pero hubieses metido la carpeta sin ese papel” luego de negarse a recibirla por culpa del dichoso papel… “Que están citorreduciendo la sangre” ¿desde hace un mes? “El ambroxol estimula la producción de surfactante” y masacra la libido –y autoestima- de una mujer ninfómana recién despertando. 

“Everything you say to me, takes me one step closer to the edge, and i’m about to break”.


¿Qué te pasó?” me preguntó “Hombre Salvaje”, mi paciente que padece Tricoleucemia, aquel lunes cuando regresé de mi viaje relámpago. Supongo que mi sobreactuado “buenos días” no pudo esconder las ojeras que quedan tras una noche de pesadillas y la inyección conjuntival del llanto que protagonicé mientras manejaba al trabajo. Me pasa Julio, pensé. Como le dije a Mariana desde el asiento del copiloto, aquella tarde camino al lugar donde nos esforzamos en ser fitness. Este es el mes de las “3 P”. “¿Las 3 P?” preguntaba interesada en mi teoría. Si, durante Julio me quedo sin papá, peor es nada y postgrado, concluí.

En posición fetal y ligeramente anestesiado, empezó a introducirle el endoscopio. Ante mis ojos, mi papá nunca había lucido tan vulnerable y frágil como aquella mañana. Estaba asustada, porque dejando a un lado el sentimentalismo por filiación, mi objetividad de médico intuía, al igual que la gastroenterólogo, lo que encontraríamos en el trayecto esofágico. La cámara no tardó demasiado en reflejar la horrible imagen. Un año después siguen acosándome los recuerdos de su movimiento visceral, de la pinza poco eficaz intentando tomar la muestra para la biopsia, de la mucosa erosionada. Del pánico ante la certeza de que mi papá iba a morir. Del cansancio por cargar con el pesado secreto durante todo Julio.

Apenas me incorporé a la avenida las lágrimas empezaron a salir. Aquel viaje cuyo fin era dar y recibir bienestar y placer, se convirtió en otro evento desafortunado para la colección del mes. El mar y los carros desaparecieron. En mi mundo, todo parecía ser suplantado por escombros. ¿Había elegido el pilar incorrecto para descansar mi espalda un rato, no más? Cuando me estacioné en el hospital ni vestigios de maquillaje quedaban. Con un poco de polvo retoqué el trayecto húmedo de mis lágrimas, sin embargo, el semblante de tristeza no lo podía esconder ni mandrake el mago.


No me pasa nada, me limité a responder. Pero eso era el equivalente al venezolanisimo: vamos a decirte que bien para no entrar en detalles. Por eso no me pude zafar del discurso “eres una mujer bonita, simpática, inteligente y con una carrera preciosa, nada ni nadie tiene el derecho de hacerte sentir mal ni triste” me dijo en tono parental “Hombre Salvaje”. Ojalá el sujeto con quien me gusta pasar este tiempo –con fecha de vencimiento-, tuviera una percepción similar sobre mí, pensé. De un día para otro las sonrisas disminuyeron como reacción a la acción de verme y mi cercanía pareció mutar de emocionante a amenazante. La verdad, “no sé si es que nunca estuvo allí, si la magia se fue, no sé”. Debe ser que yo…

No soy suficiente. Fue también mi explicación lógica la mañana que no pude introducir mi carpeta para concursar por un puesto en el postgrado de pediatría. Porque luego de plantearle mi situación y asegurarme que esa constancia era suficiente… pocos días antes del examen me notifica que para evitar complicaciones, es importante otro papel que -tomando en cuenta la agilidad de caracol que caracteriza a los entes públicos venezolanos- no me entregarían un una semana. Entonces, ese sábado en la noche muchos celebraban haber concursado para sus respectivos postgrados y yo me sentaba en una poceta de hotel a llorar no por lo que dijo, pero si por como lo dijo.

Regresé a casa con el espíritu roto. Tanto ese domingo desde la sucursal sucrense del inframundo, como esa mañana desde el departamento de pediatría. Tal como hace 3 dias cuando la hemoglobina disminuyó porque banco de sangre no envio los concentrados globulares, retrasando más la quimioterapia de “Hombre Salvaje”. También cuando operaron a la paciente con la aguja trucut que el servicio de cirugía se había negado a utilizar durante dos semanas, sabiendo que era factible. O ayer por la tarde cuando, pese a mis horribles hipótesis, quería traer el utensilio de cocina a mi casa y luego regresar a refugiarme en la suya. 

Porque hoy dentro de casa todo me recordó otro hecho doloroso: si no fuera por el cáncer, mi papá estaría cumpliendo otro año de vida. Y yo habría preparado una torta de piña. Y mi mamá organizado un almuerzo con karaoke y barra libre. Todos se irían al atardecer. Mi papá leería un rato algún cuerpo del El Universal o vería cualquier película en TNT. Mi mamá guardaría las sobras en recipientes plásticos. Y yo… me conformaría con no sentir la desesperación de no poder cambiar los siguientes hechos:
  1. Mi papa está muerto.
  2. No pude concursar para postgrado.
  3. Cada día me convenzo de que ya no soy la persona que deseas (en toda la extensión de la palabra).  

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