domingo, mayo 26

De que las abuelas también son madres y uno lo recuerda en mayo.




Por años he intentado establecer el perfil psicológico de mi abuela y sin importar las cualidades que intente sumarle y los defectos que me esfuerce en restarle, el resultado suele ser una tendencia irreversible hacia algo indigno de imitar, mucho menos de admirar. En resumidas cuentas y aunque no soy quien para juzgar el modelo de vida de los demás, considero que mi abuela desperdició su existencia. 

Su vida ha sido un triangulo cuyas tres puntas se definen por errores colosales, conductas déspotas y batallas perdidas, especialmente esto último que analizándolo fríamente fue el resultado constante de casi todas sus acciones; comenzando desde su juventud, etapa en la cual mantuvo una relación sentimental con un beisbolista ¿afrodescendiente? –para no decir oscuro como la noche- cuyos problemas alcohólicos posiblemente databan desde entonces pero que ella decidió ignorar -o convencerse de que lo haría cambiar- durante más o menos 5 años hasta que el la llevó al altar.

Matrimonio tan fugaz como esos que contraen las celebridades, durando tantos meses como les fue necesario darse cuenta de que habían concebido un nuevo ser humano. Mi mamá, el probable catalizador de las decisiones que tomaron mis abuelos, que para serles sincera no están lo suficientemente claras, sin poder especificar si fue mi abuelo quien decidió ir a comprar cigarrillos a la tienda de la esquina o mi abuela quien empacó sus corotos y lo abandonó a él. Lo uno o lo otro, el resultado final fue una mujer sola que pese a las circunstancias permitió que ese feto se desarrollara y 9 meses después viniera al mundo.

Y es eso lo único aplaudible en la vida de mi abuela, mi mamá. De  resto, Ana Teresa –o “tiita” como le dicen sus sobrinos… y los hijos de estos- fue una abusadora que utilizó a su indefensa hija como pera de boxeo para descargar sus frustraciones, porque a fin de cuentas, ella no buscaba amor como retribución a los muy básicos cuidados de alimentación, salud o vestimenta que pudo otorgar a mi mamá; siendo su objetivo principal vivir de su hija cuando esta ya pudiera mantenerla.

Con caprichos incluidos, claro, razón por la cual anhelaba un yerno con apellido reconocido y cuenta bancaria gorda, que complaciera sus antojos sobre los de su esposa, requisitos –absurdos, por no decir más- que mi papá no cumplía. Entonces, sin importarle las muchas virtudes de su yerno mi abuela decidió declararle la guerra. Mal viento el que sembró, pues luego de resultar perdedora en esa batalla, tuvo que lidiar con las tempestades que recogió.

Aun así nunca aprendió de sus errores, buscando dentro de su repertorio cual repetir según el contexto y la situación que vivía. De esa manera lo percibí a medida que crecí, viendo sus acciones llenas de racismo, clasismo, humillación y en caso de hacer una buena obra, esta siempre iba de la mano con el interés de recibir algo a cambio. Razones que explican por qué nadie la ha querido, incluyéndome. 

Veredicto regio, lo sé, pero así como quito debo dar y en este caso es el agradecimiento por permitirle nacer a su hija, convertida desde la década de los 80’s en mi madre, quien desde niña quiso una muñeca bonita para jugar, cuidar y darle amor, exactamente lo que ha hecho durante todos estos años de mi crianza. Mi mamá, mujer por la que siento el más profundo amor. 


Abuela, gracias te doy por mi mamá, tu única y más maravillosa creación.  

1 comentario:

  1. Es un post fuerte, amor, pero entiendo tus sentimientos :) Tiempo sin que escribieras algo por aquí !!!

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