Marzo nos ha dejado y con él se ha llevado
el primer día del médico que he celebrado –legalmente hablando- como
profesional. Porque así se estila desde hace años, cada 10 de marzo el
calendario indica que si estás de guardia te pagan doble –o algo así- y el
colegio de médicos organiza un brindis que honrará la noble labor que ofrecemos
a la humanidad. Fiestica que en esta oportunidad a propósito del fallecimiento
de Hugo Chávez, fue pospuesta para la semana siguiente, permitiéndome invertir
los 1100 bsf -que mi bolsillitis aguda se negaba a gastar hasta no recibir mi
primer sueldo- que me otorgó la colegiatura, mi carnet que dice “médico” y una invitación
dirigida a mi persona para asistir a la recepción galena.
Sonreí al tener la tarjeta –nada glamorosa,
pero muy significativa- en mis manos, recordando fugazmente todas las peripecias
que viví para convertirme en médico. Porque si bien mi fuerza interna siempre me
ha proporcionado confianza en mis habilidades –y en el amable karma- para
alcanzar las metas trazadas, de vez en cuando sufría algún colapso nervioso que
hacia flaquear mi seguridad, quedando aferrada tan solo a la fe que concentro
en mi liga extraordinaria de superhéroes celestiales.
Y al hurgar dentro de mis memorias en busca
del momento más angustiante de mi carrera universitaria, el más relevante que
se asoma es la pasantía conjunta de Ginecología-Obstetricia III e Higiene Mental de mi internado rotatorio de pregrado. Algo no pronosticado, por cierto,
ya que en épocas pasadas las semanas entre mujeres embarazadas siempre habían sido
reconfortantes para mi persona; ni hablar de las rotaciones de salud mental que
gracias a la psiquiatra nata que vive en mí, sin excepción las disfrutaba al
máximo.
No obstante, no había culminado la primera
semana malabareando entre ambas pasantías cuando entendí que la decisión de
inscribirlas juntas fue un error garrafal. Estaba atrapada en el centro de un
ring de boxeo donde en una esquina Orta –o como le digo cariñosamente: Bipolar White
Trash- me golpeba cobardemente por la espalda con sus exigencias absurdas y
condicionadas según su lunático humor; mientras en la otra esquina Ingrid
Guerra –cariñosamente Ingridcita- frontalmente me lanzaba sus horarios hasta
las 8pm y mano dura para enseñar.
Apresuradamente concluí que no podría alcanzar
la victoria en esa guerra, por lo que informé a mis papás la decisión de
retirar Higiene Mental; algo que no ejecuté gracias a mi mamá quien sin pelos
en la lengua –como de costumbre- exclamó la más célebre frase que pude escuchar
en aquella crisis “si no aguantas esto, ¿Cómo aguantarás el ritmo de Caracas?”,
logrando encontrar de nuevo a mi esencia perdida hasta entonces.
Irónicamente, Higiene Mental se convirtió
en la actividad académica más esperada de cada semana, enamorándome perdidamente
de su contenido facilitado por una mujer que exudaba vocación para la psiquiatría
y la enseñanza. Fueron tardes agradables encendiendo mi pasión por los psicofármacos,
las emergencias psiquiátricas y las intervenciones en crisis, mientras tomaba
un poco de Coca Cola o café con leche patrocinado por Ingridcita y masticaba el
pan casero que ella misma horneaba para nosotros, quizás sirviendo todo esto de
Patronus ante el dementor Ginecología-Obstetricia III que no logró sembrar la
oscuridad en mi siempre luminosa alma.
Si tuviera que revivir el día de la inscripción
de mi internado rotatorio de pregrado pueden estar seguros de que planificaría todo
de la misma manera, especialmente en lo que respecta a mi etapa de
Ginecologia-Obstetricia III e Higiene Mental ya que durante esta comprendí que Alfonso
Orta es un ser humano deplorable, que Ingrid Guerra es uno de mis modelos a
seguir, que soy una buena doctora a quien 2 gestantes decidieron poner mi
nombre a sus hijas que traje al mundo, que mis padres siempre serán la luz al
final de un camino oscuro, que mi novio es excelente compañero de estudio, que
soy una psiquiatra nata lo cual me convirtió en la única estudiante de mi
sección que fue con una calificación ya aprobada a presentar el final de Higiene
Mental, que siempre puedo incluso cuando creo que no, que todo pasa por algo,
que mis decisiones me llevaron a ser médico.
Gracias a la vida por concederme la dicha
de celebrar en marzo de 2013 mi primer día como médico cirujano venezolana.
Felicitaciones por ese primer Día del Médico amor, oficialmente hablando !!! Y no había visto la tarjeta :p
ResponderEliminarGracias hermoso :*
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