Contrario a lo que muchos profesan el destino no es un rio que fluye
en una sola dirección, pero si es un océano inmenso en el cual nosotros
decidimos constantemente hacia donde navegar. Basándome en esto –y siempre haciendo
el bien sin mirar a quien y no haciendo nada que no quiero que me hagan-
timoneo obsesivamente mi vida a lo largo y ancho de cada día.
Sin embargo, ocasionalmente aparece un ciclón tropical que sin
permiso te cambia el rumbo de tu embarcación. Consciente de eso, cuando
visualicé en el horizonte la época de intensivos –o clases de verano, para
sonar “tipo chic”- empecé a tomar las precauciones pertinentes para esquivar cualquier
viento de Eolo y, de adentrarme en uno, no alejarme de mi ruta bien trazada.
Eran tres razones muy importantes las que me impedían perder el
control esta vez: primero, adelantar una rotación de mi internado rotatorio de
pregrado. Segundo, dos rotaciones restantes por cursar, una de ellas imposible
en intensivo. Tercero, no mudarme a un lugar menos civilizado que Puerto la
Cruz. Por lo tanto, sin pensarlo dos veces, acudí a lo que denomino mi “ángel
de la guarda académico” Rosibel e hice mi petición: un cupo –al cual tenía
derecho irrevocable- para cursar la ruralita en un pueblo que no exigiera
mudanza, durante mi YA NO periodo vacacional agosto-septiembre 2012.
Confiaba absolutamente en los superpoderes de Rosibel, así que
durante la reunión para asignar internos y respectivos módulos de trabajo mi
única preocupación giraba en torno a comprarme unas sandalias nuevas para
reponer mis recientemente –hacía 10 minutos- sandalias rotas. Mi única preocupación...
hasta que el doctor nada simpático encargado de organizar las actividades
ruralisticas, terminara de leer los listados y mi nombre NO FIGURARA en
NINGUNO.
SHIN SHIN SHIN
A continuación el ataque de pánico empezó a comandar todas las
respuestas fisiológicas de mi organismo: escuché la –rutinaria- explosión de Hidroavión
José, sentí el nacimiento de 3 nuevas úlceras gástricas, mi taquipsiquia
pensaba en diferentes -catastróficos- escenarios posibles y recurrí a una de
mis mejores herramientas, la contracción enérgica de glúteos mayores, la cual
mantuve hasta que un listado, una reubicación y mucho caos después, anunciaron que
–milagrosamente- Angela estaba asignada junto a la señorita Julib y la señorita
Esther, en el ambulatorio rural tipo II “El Rincón”.
El ambulatorio, ubicado en lo que considero un hibrido entre pueblo
y urbanización, requería un recorrido de 15 minutos en carro –desde el hospital
Razetti- para llegar hasta él, lo cual no me exigió una mudanza… pero, para
seguir con la tradición de las ruralitas igualmente lo hice –temporalmente-… a
un apartamento con mimetismo caraqueño, de dos habitaciones y un baño, sin
calentador ni televisión por cable, con vista a un cerro despoblado, en un
punto intermedio entre Barcelona y Lechería, con mis papás, mis fieles
compañeros que me trasladaban diariamente al pueblito donde cumplía el cómodo
horario de 8am a 12pm.
En teoría, nada sucedió como había sido inicialmente planificado. En
la práctica, todo sucedió muchísimo mejor… y es que, no importa cuánto intente
imponer las causalidades sobre las casualidades, al final:
Lo mejor es lo que pasa.
Efectivamente, lo mejor es lo que pasa :) Y fue una buena ruralita, todo salió bien, y con una nota muy bien merecida :)
ResponderEliminarAsi como lo mejor que me pasó hace 23 meses -legalmente hablando- eres tu, amor :*
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