jueves, abril 5

De comenzar la cuenta regresiva.

Apenas disipé la horda de walkers que se acercaba torpe –pero decidida- hacia el granero de Herschel, supe que el final de temporada de The Walking Dead saciaría toda mi sed por el survivor-horror. La sensación de peligro inminente y la alta dosis de adrenalina irradiada por cada uno de los personajes, solo incrementaban mi nada convencional emoción ante la posibilidad de un fin del mundo –maya o el primero que se antoje- al mejor estilo de apocalipsis zombie.

Nunca he sido asidua a los videojuegos, razón por la cual en vez de jugarlos durante mi época preescolar-escolar-adolescente, prefería instalarme frente a la televisión y mirar atenta como mi hermano facilitaba la supervivencia de Leon Kennedy, dentro de una ciudad infectada por zombies. Justamente así nació mi fanatismo hacia estos seres que libros/películas/videojuegos/series han sabido venderme como criaturas situadas en un eslabón evolutivo indeterminado –y desconocido por Darwin- donde no están muertas, pero tampoco vivas y el “ser o no ser” parece representar un verdadero dilema.

Exactamente esa es la mejor etiqueta que he podido encontrar para mi 12vo semestre académico, un eslabón perdido entre un final que no llegaba y un inicio que se apresuraba. Entiendo que les parezca exagerado, pero fue así como transcurrieron los acontecimientos en esta oportunidad, mi carrera jugando al escenario apocalíptico, el semestre 12 un zombie casi Némesis, y yo una flacuchenta –A MUCHA HONRA Y QUERIENDO SER ASI FOREVER- con limitadas armas para defenderse.

La historia de hoy inicia con su adorable protagonista –yo- enterándose de algo muy importante: el penúltimo evento de mi carrera estaba recién arribando a mi vida. Los escalones hacia 4to piso parecían haber doblado su número, mi taquicardia refleja se disparó e inicié mi protocolar contracción de glúteos mayores para que todo saliera bien. Y creo que obtuve buenos –decentes- resultados al mirarme en el puesto #42 –entre más de 100- para inscribir mi INTERNADO ROTATORIO DE PREGRADO.

El día de la inscripción llegó, un lunes tipo florerito en el medio de muchos pendientes con psiquiatría. La mala organización del otorrinolaringólogo demente –jefe del departamento que suscita estas inscripciones- se hacía notar desde tempranas horas de la mañana y alcanzó su clímax a la 1pm, cuando entraron a inscribirse los alumnos de la última tanda del día, entre ellos estaba yo. Varios ataques de pánico y mucho agotamiento suprarrenal después, entregué mi planilla de inscripción la cual FUE ACEPTADA.

Mi momento efímero de victoria, paz y felicidad fue arruinado cuando entendí que iniciaría mi “último año de pregrado” mientras mi 12vo semestre, pautado para finalizar el viernes de esa semana, se prolongaría varios días mientras desempeñara mi nuevo rol como interna de pregrado. ILUSA, me dije, recordando los múltiples escenarios perfectos donde triunfadora, le decía adiós al semestre 12, descansaba un microscópico fin de semana y ese lunes, superada la abulia y recuperado el sueño REM, asistiría a mi primer día como “casi casi doctora”.

***

El jueves me encontré obligada a visitar mi universidad con motivo de buscar algo que me pertenecía, como todos saben desde hace varios semestres el hospital es mi casa de estudios y desde entonces evito visitar el campus ya que, cada vez que interactuó con los seres que ahí laboran, termino malhumorada. Sin embargo, tan pronto pasé por el lado de “La Moneda” -¿estatua? poseedora del mito “no pases por debajo porque no te gradúas” y cuyo significado real es desconocido por mí- supe que este día todo sería diferente.

Sillas por doquier, tarantines con fondos utilizados para la trillada foto de graduación y gente acelerada decoraban la plaza central para el evento más anhelado de todo universitario: la graduación, en este caso de 800 nuevos profesionales para la república. Como incorregible espectadora activa de la realidad subí hasta el decanato y desde ahí me deleité con el escenario. No exagero cuando les digo que se me aguaron los ojos y que mi piel se erizó al imaginarme subiendo los interminables escalones de la biblioteca, para que me entreguen el papel que dirá: Angela es médico cirujano.

Y aunque ese día no fue mi graduación, es emocionante saber que ese momento se acerca a galope veloz. Me conmuevo y complazco en decir que ha comenzado el conteo regresivo para convertirme [mas] en médico cirujano de la republica de Venezuela.

Pronto título, pronto, falta poco.

2 comentarios:

  1. Que bien amor !!! Cada día que pasa es un día más cerca de esa anhelada meta :)

    TE AMO !!!

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    1. Asi es amor! Gracias por darme aliento cuando lo necesito! TE AMO!

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