Recuerdo bien que comenzado carnaval, una yo con franca necesidad de descanso formuló la siguiente pregunta:
¿Cuánto falta para semana santa?
Porque yo sabía cómo iban a transcurrir los eventos de mi vida académica; no se crean, invertí mucha energía en un intento patético por evadir las circunstancias –en criollo, hacerme la loca-, pero mi últimamente potenciado Superyó se encargó de inocular grandes dosis de realidad en cada neurona de mi cerebro encargada del sentido de responsabilidad, obligación y no menos resaltante, ansiedad.
Antes de proseguir con este relato, quiero comentarles que Cristóbal Colon no me agrada. Dicho personaje siempre lo he considerado como un bruto con suerte [Nota: diferenciar de los estúpidos con suerte quienes son ingenuos; los brutos con suerte son… problemáticos] que un día acompañado –porque así es el bruto con suerte, necesita tener personas cerca a quienes importunar (en criollo, echarle la gran vaina)-, se montó en el barquito y navegó una ruta desconocida hasta que arribó a un pedazo de tierra recóndito e inexplorado, donde no dudó dos veces en atracar su embarcación.
A diferencia de Colón, hace unos añitos –no tantos tampoco- yo decidí emprender uno de los viajes más fundamentales de mi vida. En mi mapa estaba trazado el camino y mi brújula parecía no tener falla, sin embargo, unos ¿vientos psicóticos compartidos? inquietaron a mi sugestionable sentido común y decidí cambiar el rumbo de mi viaje. Así fue como desembarqué en un puerto –la cruz- con personas del nuevo mundo que disfrutan actuar como verdaderos indios…
Desde entonces –y temporalmente- estoy acá detenida por un ancla majestuosamente enorme cuyo nombre y apellido es “estudios universitarios”. Antes de proseguir con este relato, quiero comentarles que Puerto la Cruz no me agrada. Son las colas absurdas, la intensa penetración de los rayos solares, el calor y ese olor a refinería. Pero aquí sigo, contando horas para zarpar a otro lugar.
Precisamente, mi estadía en este sitio es el factor que condicionó mi adicción por internet, esa bendita conexión más o menos estable con mi generador de sueños, anhelos, ilusiones y futuras realidades. Ser adicta a internet en Venezuela no es tarea fácil; Una vez que la compañía de luz –dirigida por brutos con suerte- corta la energía eléctrica en el sector donde resides, es cuestión de aproximadamente una hora hasta que la batería que alimenta mi laptop, y por consiguiente mi salud psíquica-emocional, quede en cero.
La tan esperada semana santa llegó y así aconteció:
Expectativa: dormir la postguardia del domingo. Ver televisión sin despegarme de la laptop. Dormir más. Pasar los días echada con mi laptop. Dormir de nuevo otro poco. Despertar y encender la laptop.
Realidad: amanecer el viernes sin energía eléctrica en mi hogar. Leer no sé cuantos capítulos de Agua para Elefantes mientras esperaba el regreso de la luz. Sudar como puerca durante 12 horas. Bañarme con agua fría y congestionarme hasta el punto de la asfixia. Dormir sin aire acondicionado ni ventilador. Despertar el sábado sin energía eléctrica en mi hogar. Sufrir 3 colapsos nerviosos por no tener internet. Ansiedad. Ansiedad. Ansiedad. 34 horas después, se hizo la luz.
Todo porque: a algún bruto con suerte se le ocurrió “robar cables de alta tensión”, no los cortó bien, no los robó bien.
Nota de la autora: bruto con suerte tenias que ser para no electrocutarte mientras ejecutabas tu NADA brillante plan y como resultado final, instaurar el caos en la colectividad. Conchale vale, la próxima vez aprende a robar.
jajaja, si amor, tuvo suerte para no electrocutarse ... Sé de uno que no tuvo tanta suerte y estiró la pata
ResponderEliminarWTF amor! O.o
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