jueves, agosto 18

De mi alterego: La Azotea. EL (parte 1).


Era la segunda vez de la semana y la sexta del mes durante la cual ella se paraba en la azotea del edificio de enfrente. Como de costumbre, adentrada en lo que yo consideraba su trance personal, miraba poseída el suelo 7 pisos bajo sus pies esperando quizás alguna señal para ejecutar el gran salto; sus apariciones esporádicas la habían convertido en mi sujeto de estudio, uno al que irremediablemente me obsesionaba observar.
Apenas mi mejor amigo y yo nos mudamos a este departamento de dos habitaciones y un baño situado en el noveno piso de un edificio de diez, ella apareció para cambiar hasta el más insignificante aspecto de mi vida. Mi horario lo suficientemente distorsionado por las rutinas universitarias, se caracterizaba ahora por despertares ridículamente tempranos cuya finalidad era ocupar el asiento de primera fila en el intrigante espectáculo que ella brindaba.
Así religiosamente, me levantaba de la cama y cual flecha me dirigía hacia la cocina; la orina acumulada en toda una noche de sueño profundo era ignorada, el cepillado de dientes que erradicaría el mal aliento era poco importante, mi absoluta necesidad se concentraba en asomarme cuanto antes al inmenso ventanal que me proveía la imagen de ese enigmático personaje. De no encontrarla en la azotea me permitía encargarme de cada actividad matutina, las que, una vez resueltas eran proseguidas por un vistazo hacia la azotea… y así sucesivamente hasta que ella llegara o por el contrario, no apareciera por días…
Me preguntaba con frecuencia en qué momento exacto empecé a interpretar mi rol como testigo silencioso de un suicidio en potencia. Desde mi ventana la miraba sin reserva, ella una completa desconocida alrededor de la cual mi vida empezó a girar. Era difícil de explicar, imposible precisar si mi propulsor hacia el ventanal era una inocente preocupación o un enfermizo morbo… lo único comprensible era mi apuro por deleitarme con su ser…
Hoy vestía jeans desteñidos y un sweater azul marino cuya función era abrigarla del frio seco que hostigaba a la ciudad. Su vestimenta escondía una piel blanca y la capucha apenas dejaba escapar alguno de sus cabellos castaño claro. Incluso así era obvia su belleza clásica. Era tan enigmática, tan interesante, una mujer a la que sin dudas quisiera acercarme a conocer, quizás en un café, encontrarla leyendo un libro y tomando un capuchino con mucha canela, así de especial sería ella, así de…
¡Ring Ring!
¿Hola? - Contesté
¿Se puede saber por qué no estás aquí? – Preguntó con tono alterado mi compañero de departamento- ¿acaso se te olvidó que la entrega del proyecto es a las 8:00 am?, tarado ¿has visto el reloj?
Miré la hora la cual fue poco alentadora…
Llegaré en 15 minutos, tranquilízate… - Exclamé aun sabiendo que el final de esa frase solo lo molestaría mas.
Te juro que si estabas hipnotizado en la ventana como el idiota que eres, te juro que te ma… - no le permití terminar la frase ya que, de sucederme algo, podría comprometerlo para efectos legales…
Me vestía al tiempo que caminaba hasta el ventanal, miré la azotea y ya no había nadie ahí. El instinto me obligó a mirar el piso donde no había más que la humedad propia del clima invernal.

Escrito originalmente 06/07/2011

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