jueves, agosto 18

De mis aventuras y reflexiones en NEONATOLOGIA.

Nueve pisos por sobre el nivel del mar se encuentra la sala de neonatología del hospital Razetti. Ahí, una vez que sales del ascensor –o llegas sin aliento a través de las escaleras- te encuentras con un pasillo en forma de “los dos caminos”, uno que guía hacia la derecha, neonatología ¿propiamente dicho?, y el otro hacia la izquierda, neonatología extra, nombre que conocería a las 2:00 am de ese miércoles.

A pesar de que aquel martes no quería ni en lo más mínimo contacto humano-fingir sonrisas- aparentar ser perfecta y normal, es decir, todas esas cosas que implican una guardia nocturna de 12 horas, muy puntual –COMO SIEMPRE- entraba a la emergencia pediátrica y unos minutos después me encaminaba con estos tres seres -quienes más que compañeras de guardia las considero mi familia- hacia nuestro lugar de trabajo de aquella noche: NEONATOLOGIA.

Debí imaginar que sería una noche especial cuando apenas entrando al túnel comunicante en dirección Pediatrico-Razetti un señor nos vendía hamburguesas, poco después no adentrábamos en una aterradora penumbra, nos atacaban los gatos del sótano, gritábamos como niñas y alcanzado el ascensor una señora me hablaba de la felicidad plena que es ser psiquiatra:

Hija, los psiquiatras vienen un rato en la mañana, no hacen guardias y además antes de las 11 están desocupados… y por cierto que ahorita no están pasando consultas porque los consultorios están dañados…

Esa mujer quien cabe destacar se bajó en el piso 8 –el psiquiátrico del hospital- había respondido en menos de 5 minutos un montón de interrogantes personales… ¡gracias amable desconocida del psiquiátrico!

El servicio de Neonatología es definitivamente otro mundo; Un mundo en el cual los sonidos de las incubadoras y las fototerapias son el ritmo de una sinfonía de llantos tenues al punto de casi un adagio. Parece un lugar dirigido por un obsesivo-compulsivo, a quien no le importa lo menesteroso del sitio, intenta dejarlo reluciente cueste lo que cueste. La distribución es sencilla: lo bebé sépticos, pobres criaturas devoradas por alguna bacteria mutante –con toda propiedad uso la palabra “mutante”, pues la resistencia bacteriana a la antibioticoterapia no es más que intrincadas mutaciones de la misma. Terapia intensiva neonatal, lugar que deseo reprimir. Observación A y B albergando bebés no tan enfermos. Y la terraza con cunitas, si… así que viejas de antaño: el sereno es pura paja.

Ay pero esto es una evolución y necesitaba una valoración, por fa, ¿puedes hacerla?

¿Cómo negarme ante la doctora quien había sido tan generosa y especial con nosotras? Tomé la historia y me encaminaba hacia neonatología extra… Licenciada, disculpe la molestia, la puerta hacia el pasillo está cerrada y necesito ir a neonatología extra a valorar un pacientico, ¿tiene llave o cómo la abro? –pregunté con amabilidad y por supuesto mucha ingenuidad.

Mamita debes ir por el balcón… en el primer cuarto hay una puerta y por ahí sales al balcón y caminas hasta el otro lado…

Quería no entender aquello. ¿#MaricoPorDios, por el balcón?, ¿qué clase de WTF era aquello? Recelosa, fui hasta el primer cuarto donde, efectivamente, encontré una puerta entreabierta por una papelera. Riéndome de aquella absurda pero cierta situación atravesé la puerta y quedé a la intemperie, el balcón me regalaba una hermosa vista de la ciudad y por supuesto, del pavimento 9 pisos abajo.

Los 10 metros que me separaban de neonatal extra me hicieron sentir dentro de mi propia historia de género survivor horror: a mi derecha una baranda inestable me separaba de una caída mortal y a la izquierda un montón de frágiles ventanas me exponían a los brazos de zombies hambrientos. A esa hora en ese balcón todo era tétrico: mi pensamiento de “dios por favor que no me salga un fantasma”, el túnel comunicante Razetti-Pediátrico casi idéntico a los planos del videojuego Resident Evil, una gotera que había formado un enorme charco y no menos resaltante, la única enfermera de esa ala quien rogué al cielo no hubiese salido de Silent Hill.

Esa guardia en el servicio de neonatología representó mi salvación cuando mi mundo parecía derrumbarse. Convivir con esas indefensas criaturas llenas de tanto sufrimiento luchando contra todos los pronósticos para vivir, es algo que cambia tu percepción de la vida. Recuerdo que miraba al más grave de los bebés sépticos, su diminuto cuerpo estaba marcado por grandes hematomas y su respiración era casi inexistente, y pensé: ¿cómo es posible que apenas con unos pocos días de nacido ya la perra del infierno esa que se hace llamar vida lo esté haciendo sufrir tanto? ¿Acaso no se conforma con todos los obstáculos, angustias y torturas que seguramente pondrá en su camino cuando sea grande? ¿Es posible que sea incapaz de percibir el plan “divino” del cual todos hablan, pero nadie ve?

Apenas días de nacido y ahí estaba ese bebé, batallando arduamente en cada minuto que pasaba… y aquí estaba yo, con 20 años de nacida y victimizándome, sintiéndome derrotada, desconcertada, rencorosa y sobre todo, asustada. Sentí vergüenza frente aquel pobre niño, era simplemente patética. La fuerza estaba dentro de mí, ¿por qué no la utilizaba? ¿Pereza? ¿Dolor? Ya ninguna opción era válida, no frente a aquel pobre ser.

A la mañana siguiente amanecí con una paz inexplicable y desaparecida dentro de mi corazón; ya en el baño del cuarto de residentes, me miré al espejo durante unos minutos, se reflejaba una mujer blanca y bonita, llena de sueños y esperanzas que se sentían muy lejos, pero por las cuales estaba dispuesta a luchar hasta el final…

Escrito originalmente 16/07/2011

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