sábado, diciembre 15

De que la distancia más larga entre dos lugares es el tiempo.


Los humanos –me atrevería a decir que sin excepción alguna- nacemos con la incapacidad de aprovechar la maleabilidad del tiempo según nuestras necesidades y antojos, convirtiéndose nuestro recorrido desde el presente en dirección hacia el futuro en el viaje más complicado de emprender.

En consecuencia, vivimos cada uno de nuestros periodos evolutivos sumergidos en la profunda desesperación de avanzar lo más rápido posible hacia una siguiente etapa, donde una vez llegada a ella, experimentamos de inmediato la sensación dulceagria –porque no es agridulce en este caso- de alcanzar un punto máximo de clímax –¡alcancé mi meta!- seguido de un descenso brusco y estrepitoso en el que nos sentimos abrumados y parcialmente desorientados -¿y ahora qué hago?/¿y ahora cómo hago?

En mi caso particular –porque lógicamente yo no estoy exenta de esto- apenas transcurría mi primer día en la universidad, ya quería graduarme de médico cirujano. Superar los dos –insufribles- semestres en cursos básicos e ingresar a la escuela de medicina, saltar de una vez al séptimo semestre para comenzar mi etapa clínica dentro del hospital, culminar satisfactoriamente el internado rotatorio de pregrado y  presentar la tesis obteniendo la calificación de APROBADA con mención honorífica.

Y en efecto, hace pocas semanas cuando alcancé el último de esos antes mencionados objetivos, la euforia de tocar el cielo fue como un suspiro que se perdio en el viento del rápido descenso a una realidad caracterizada por mi –demasiado larga- lista de ambiciones, necesidades y caprichos que me obligó a romper el pacto entre mi ello, mi superyo y yo de descansar en diciembre para concentrarme en una nueva carrera contra el tiempo.

Si bien entendía que las posibilidades de comenzar la construcción de mis nuevas metas en este mes eran mínimas, eso no me detuvo a intentar validar un record –con cirugía IV incluida, ya que el ORL demente se olvidó de cargarla antes de irse de vacaciones- y convencer al personal de control de estudio para que firmaran y sellaran los documentos correspondientes y posteriormente enviaran la valija hasta Cumaná para que las secretarias transcribieran mi carta de culminación antes de largarse a sus vacaciones decembrinas.

Nada llegó a nada…                    

Entonces, desde que la UDO me cerró la última puerta por este año, mi visión del mundo se ha teñido de colores desesperanzadores. Es esta sensación de Anser indicus con ganas de volar alto –yo- encerrado dentro de una jaula cuyos cuidados dependen de un sádico enfermo –la UDO- lo que ha desatado la aparición de mi depresión/ansiedad pasajera.
 A pesar de todos los obstáculos innecesarios, me mantengo inquebrantable en la lucha por alcanzar mis –no tan nuevos- objetivos, potenciando mis capacidades y apoyándome hoy más que nunca en el mantra que Steve Jobs me enseñó: creer que los puntos se unirán en el futuro siempre me dará la confianza de seguir a mi corazón… cosa que les prometo, siempre haré.

4 comentarios:

  1. Renunciar a los objetivos es algo que nunca debemos hacer, amor ... Y Steve tiene (aunque haya muerto, sus palabras no morirán jamás) toda la razón ...

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    1. Tu sabes amor, que el discurso de Steve Jobs es mi biblia.

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  2. awwww seguir y seguir es el único tiempo viable =)

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