Hace una semana escribí lo siguiente:
Tengo por costumbre esperar que transcurran dos
semanas de cada rotación en curso para transcribir un reporte de los hechos
acontecidos durante esa quincena. Lamentablemente, cuando tus días transcurren
en ese horrible lugar denominado medicina interna, tus hábitos, costumbres y
actividades de vida parecen ser irrelevantes y no respetables, lo que
desencadena un brusco aumento en tus niveles de trastornos psicopatológicos y
por lo tanto, la urgencia de un desahogo. Desahogo es el motivo por el cual,
escribo hoy estas líneas.
Ya “superadas” las dos semanas estándar que decido transitar
antes de describir una rotación, les aclararé dos cuestiones importantes:
Número 1: la necesidad de desahogo no ha pasado
inadvertido, de hecho, ni siquiera ha pasado. Sigue muy dentro de mí, con un carácter
que se alterna entre lo pulsátil y opresivo, diseminándose desde mi corazón
hacia mis otros componentes precisos: sistema límbico, sistema nervioso autónomo
a predominio simpático y, nunca menos importante, mi alma.
Número 2: ¿si tanto necesitabas escribir, por qué no
lo hiciste? Debido a un fenómeno que denomino “tiempo ausente”. Tiempo ausente
para estudiar completo, tiempo ausente para dedicarme a mi tesis, tiempo
ausente para dormir completo, tiempo ausente incluso para llorar por culpa del
tiempo ausente.
Verídico es que medicina interna –o más bien, mi estadía
autolimitada en ella- jamás se reforma. En más de un sentido es comparable a
cualquier película de terror: acontece de manera traumática por lo que, cada decisión
–buena o mala- te dirige hacia una situación tormentosa; posee una trama
predecible –y repetitivita- así como un argumento absurdo cuyo fin es causarte
sufrimiento y deleite a los guionistas. Y es que a pesar de ser la misma estúpida
secuencia de eventos –con diferentes coprotagonistas, localizaciones o diálogos-
el suspenso siempre se presenta y provoca los mismos estragos emocionales.
En esta nueva entrega de la saga Pesadilla en la Medicina Interna Street –que me gusta apodar cariñosamente, SAW- todo ha sido más
de lo mismo: mucha información que procesar en una tarde –o una noche de mal
dormir-, sentir que la información procesada –de toda una carrera de estudios
intensos- no ha sido suficiente, el sentimiento crónico de brutalidad aguda, la
culpa por incomodar a los pacientes con unos interrogatorios innecesarios cuyo
objetivo es redactar una historia clínica para contentar al tutor de turno, los
ataques de pánico antes/durante las guardias en la emergencia –espantosa y mal
organizada- del hospital, el estrés postraumático de la guardia… y para variar,
la discusión acalorada con la bruja frígida testigo de Jehová –dejémoslo hasta acá…
Una vez más, me encuentro temerosa en este sendero
oscuro, frio y caprichoso, acompañándome mis crisis vocacionales “¿por qué no estudié
arquitectura/publicidad paralelamente psicología?”, mis crisis existenciales “no
sirvo para esto, no entiendo nada, no quiero regresar al hospital, no quiero
salir de la fortaleza que construí con mis sábanas” y mi trastorno de doble
vertiente ansioso-depresivo en crescendo.
Dear Zapata [foto], ¿Por qué sigo entregando mi corazón a esta
rotación que NO lo trata con cariño?
Definitivamente medicina interna no es un camino fácil, pero juntos lo recorreremos y saldremos adelante, como en todo los que nos proponemos :)
ResponderEliminarMe gusta la palabra "juntos", es mi mayor consuelo.
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