sábado, abril 14

De pediatria III [primer acto].

Durante una de las infructíferas terapias con la wannabe psicoanalista –una médico familiar de la universidad que decidió no referirme con la verdadera psiquiatra- me encargó la siguiente tarea: “vas a hacer un listado de cosas que te gusten y que no te gusten para la próxima sesión”. Yo, una niña responsable le pregunté cuan larga debía ser, a lo que ella respondió “como tú quieras, puedes colocar todo lo que te antojes”. Acepté la sugerencia y el siguiente miércoles le entregué una hoja tamaño carta, escrita por ambos lados, resumiendo un poco lo que me gusta y lo que no…

ESTO HABLA MUY MAL DE TI… ESTO ESTÁ MUY MAL… ERES UNA PERSONA METICULOSA, PERFECCIONISTA, TODO LO DETALLAS… NO, NO, NO, ESTO ESTÁ MUY MAL Y DEBEMOS TRABAJARLO

La wannabe tenía razón, soy una persona perfeccionista, meticulosa, detallista y por consiguiente inconforme; rasgos personales que me enorgullecen y además, diferencian del humano promedio. Esos mismos rasgos fueron un problema en nuestra relación médico-paciente: ella dejó claro lo tanto que quería erradicar mis peculiaridades –seguramente para convertirme en una mediocridad ambulante como ella- y yo renuente a cambiar lo que considero virtudes, evité una acalorada discusión, me paré del sillón y nunca mas volví a su consulta.

Desde que inicié mi internado de pregrado, los efectos adversos de estas cualidades se han agudizado dramáticamente, ¿y cómo no? Si al parecer 80% de las personas con las que convivo en el hospital, son mis dignas antítesis humanas. A continuación, le relataré los tres hechos –iniciales- que han marcado mi paso por pediatría III.

Sala. Hospitalización pediátrica es el sitio al que acudo todos los días a las 7am desde hace dos semanas, un pedacito del mundo de los niños que he aprovechado y disfrutado incluso cuando prácticamente trabajo como residente –horario incluido. Cada día, subo 5 pisos por las escaleras y sin importar la falta de aliento, me armo con una sonrisa y mucha camaradería para visitar las habitaciones del lugar. No hay niño que me mire “rayao” –como diría Andrés López- y cada uno se ha dejado examinar –por mi- sin problemas mientras me roban el corazón con sus sonrisas.

¿El problema de sala? Evidenciar entre mis compañeros de clases, actitudes poco adultas [insolencias, malcriadeces, impuntualidad] y especialmente lamentables cuando faltan escasos meses para graduarnos de médico cirujano [apatía, abulia, flojera, impuntualidad, desinterés, malhumor]. Sin embargo, sus comportamientos repudiables me han hecho sentir sumamente orgullosa de mi por no parecerme en NADA a ellos.

La guardia. Para no perder la costumbre de internarme a trabajar dentro del hospital en víspera de carnaval/semana santa, mi primera guardia de pediatría –como interna de pregrado- transcurrió durante las 24 horas que dura un domingo cualquiera –antesala a semana santa. Desde las 5:15 am, hora a la que desperté, inicié una cosecha espiritual de paciencia, entusiasmo y buen humor, porque esa es la clave del éxito cuando trabajas con niños, sus padres y demás familiares.

¿El problema de la guardia? la residente de primer año, personaje encargado de convertir aquella experiencia, en un evento traumático para mí, los pacientes y sus familiares. Era inadmisible cada proceder de esa mujercita del infierno, cuyas especialidades eran: hacer UN ingreso en DOS HORAS Y MEDIA -para disfrazar la evasión a atender pacientes-, maltrato verbal a los familiares y menosprecio hacia nosotras que adelantábamos gran parte de su trabajo.

Los diagnósticos sin precedentes: lo mordió una burra, rodó por el cerro con el perrito que la iba a morder, se tomó una papeleta de Campeón, se tomó un frasco de Naproxeno, tiene un año y se lanzó desde la platabanda, son tan solo algunos ejemplos. Mis decisiones sin precedentes: suturar a la niña que nadie quiso suturar, examinar cada paciente y encargarme del tratamiento de algunos pidiendo permiso a mi superior quien me regañó por mi proactividad –aun cuando apoyó mi plan.

El caso clínico. Una experiencia que me llevó a concluir lo siguiente:

Número 1: Luego de 5 horas sentada en un salón de clases escuchando los pobres testimonios de mis compañeros acerca de sus casos asignados y las múltiples interrupciones de la doctora, supe que, sin importar la cantidad de dinero que me ofrezcan, yo no podría sentarme tantas horas y aplaudir la verborrea maniaca del presidente.

Número 2: ya no debo sorprenderme del desinterés crónico que brota de mis compañeros. No interesarse en visitar al paciente –para reafirmar lo que decía la historia clínica-, ni interesarse en presentar un buen –y bonito- caso clínico y mucho menos mostrar interés en contribuir a pagar el videobeam o la impresión de trípticos, me provoca lástima de la vulgaridad e insignificancia que los caracteriza por igual.

Mientras tanto:

2 comentarios:

  1. De esto se puede concluir una cosa: eres mejor que ellos, y eso me hace sentir MUY orgulloso :)

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    1. Awww! Gracias amor :$

      No se si soy mejor, pero realmente me esfuerzo.

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