Hace cuestión de un par de semanas mi mamá irrumpió en mi habitación para comentarme lo siguiente:
Hoy estuve viendo un programa de entrevistas en el cual invitaron a un psiquiatra. El hablaba de un paciente que le consultaba por ser gordito, a pesar de no comer. El doctor le diagnosticó una gordura nerviosa, porque el muchacho a pesar de que no comía nada, engordaba debido a los nervios que le producía el estrés universitario. Luego definió la anorexia nerviosa como un trastorno que sucede cuando la persona no come debido a los nervios que le producen las clases… entonces, lo que quiero plantearte es ir a visitar un psiquiatra porque quizás tienes anorexia nerviosa.
Luego de que mi reflejo estapedial colapsara, las neuronas de mi vía auditiva hicieran cortocircuitos en vez de sinapsis, escuchara el plop de Hidroavion José –uno de mis aneurismas- y me salieran 15 ulceras nuevas, analicé la situación:
Análisis mental 1: ¿Cuándo el DSM IV TR modificó la definición de anorexia nerviosa, agregándole ese ¿nuevo criterio bizarro? que, según mi madre, “había escuchado de un doctor”? Descartando una alucinación auditiva de mi progenitora, tomé en cuenta la posibilidad de que efectivamente un doctor hubiese dicho semejante grosería, lo que me llevo a la siguiente interrogante ¿Desde cuándo los médicos integrales comunitarios tenían postgrado de psiquiatría?
Análisis 2: en aquel momento, el hostigo en torno a mi peso corporal superaba cualquiera de mis expectativas. Una cosa era el repetitivo “estas demasiado flaca”, el acoso Herbalife de la catira fumona del puesto de teléfonos e incluso, el apodo “cadáver” era tolerable... pero que mi mamá me llamara anoréxica nerviosa utilizando una terminología errada, era ridículo.
Análisis 3: si bien mi mamá ejecutaba una acción acertada valiéndose de razones equivocadas, yo podía tomar ventaja de esa consulta psiquiátrica para hablar de los verdaderos problemas que azotan a mi alma. Concentrándome en mi objetivo e ignorando mi mala experiencia con una imbécil disfrazada de terapeuta, accedí acudir a la consulta.
Siempre organizada y controladora, diseñé un esquema mental de los temas que me urgían hablar con un profesional. Todo marchaba bien esa tarde, hasta el momento cuando conocí al doctor y entré a su consultorio. Mi primera impresión de la portada de ese libro llamado psiquiatra fue “flojo desordenado borrachón”, no obstante, le concedí la oportunidad de cambiar mi opinión infundada, ¿todo ser humano la merece, verdad?
Pero todo empeoró a la velocidad de la luz. El consultorio repleto de juguetes y paredes con diseños infantiles no delataban a un psiquiatra infantil, pero si a un pediatra matutino. Fijé mi mirada en una biblioteca llena de libros psiquiátricos, lamentablemente, mi concentración era absorbida por el estruendoso sonido que hacia un aire acondicionado de los tiempos de Matusalén.
No escuchaba las preguntas del doctor. El doctor no escuchaba mis respuestas.
Quizás en un universo paralelo, era posible la existencia de una yo que elevara la voz sobre el ruido del aire acondicionado y, en vez de hablar como gente civilizada, gritara todo lo que pienso pero usualmente no digo; ese no era el caso en el universo que habito. Aquella tarde no abrí mi alma al médico –ni a los que estaban en la sala de espera que escucharían mi [forzada] elevada voz- pero si desarrollé mis dotes de actriz mientras fingía ser una persona feliz, con problemas típicos de una universitaria y muchas ganas de vivir.
Y es que mi papá, gran observador de todas las situaciones de la vida, un día dijo que su bandida –yo- con mi carita de "yo no fui" mareo a cualquiera, concediéndome un nuevo apodo
La encantadora de serpientes
Este post, suena a topicaso, es como sacado de un libro de escritora comercial feminista...tu puedes hacer algo mejor!
ResponderEliminarPD: Fanaticada de blog Angela
Lo se, siempre puedo ser mejor, es increible lo tanto que me supero a mi misma siempre... la gente deberia aprender de eso y no estancarse en la mediocridad, como es la norma.
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